EL ARGUMENTO ECOLÓGICO CONTRA LA MODERNIDAD

 


Una crítica

Abel Rojas

El pensamiento antimoderno ha cobrado notable proliferación especialmente a nivel latinoamericano. Una de las críticas esgrimidas a la modernidad, se encuentra estrechamente vinculada con la crisis ecológica. Básicamente, se arguye que la modernidad ha inaugurado la devastación ecológica que actualmente experimenta el mundo. El propósito de este ensayo es analizar críticamente esta idea.

Propongo que la crítica antimoderna es principalmente incorrecta e implausible tal como es formulada. Esto es así, fundamentalmente, porque tiene un alto grado de politización, cuyo objetivo es desacreditar totalmente a la modernidad, bajo cualquier pseudoargumento. En efecto, se recuerda que eventos como la revolución industrial (que tiene base en la modernidad) han dado inicio al deterioro ambiental. Se dice que la visión occidental de la naturaleza, conduce a la destrucción de esta última. Sin embargo, no se menciona que la humanidad ha alterado el medio ambiente mucho antes del fenómeno moderno. Es decir, la destrucción del medio ambiente no habría iniciado con la modernidad o civilización occidental, sino mucho antes de ella. Esta constatación lleva a concluir que, la modernidad como tal, no ha inaugurado la destrucción ecológica. En consecuencia, la crítica antimoderna resultaría implausible.

 

Actualmente, en el contexto latinoamericano, impera una fuerte crítica a la modernidad. Esta crítica ha sido realizada en varios aspectos, desde el filosófico hasta el histórico. En el caso más extremo, los flancos criticados al fenómeno iniciado en la Europa del siglo XVII, han llevado a concluir que la modernidad es totalmente inviable para el desarrollo de la humanidad (Bautista, 2012: 52). Esto ha conducido a los seguidores de esta idea, asumir una postura antimoderna. Es decir, los antimodernos están completamente en contra de la modernidad.

Estar totalmente en contra de la modernidad no es una posición racional posible. Esto es así por el siguiente razonamiento:

Una definición formal de Modernidad, puede ser la siguiente:

M = {x/ (µ) x}                                   [1]

Donde:

M = modernidad, y

 µ = el producto total de la modernidad.

De acuerdo a la definición [1], modernidad, es todos y cada uno de los productos de ella. De modo que siempre que se emplee la frase: 'la modernidad', se hace referencia a todos y cada uno de los productos de la modernidad.

Ahora, inicialmente, podría sostenerse que, algunos elementos constituyentes de la modernidad, son beneficiosos para la humanidad, en cambio otros elementos no lo son.

Por consiguiente, es factible señalar que la modernidad, es un ente complejo, que está compuesto por varias partes o elementos. Predicar de M maldad o bondad, positivo o negativo, beneficioso o maleficioso, es imposible en razón de que la heterogeneidad de sus componentes, no hacen posible tales predicaciones. Esto es, si M está compuesto por una cantidad n de componentes, no todos los componentes son malos, buenos, positivos, negativos, beneficiosos o maleficiosos. Cabe suponer que, existe al menos un elemento de M que es bueno, y esto hace imposible predicaciones del tipo: ´M es malo´, porque M representa a todos y cada uno de sus componentes, y -haciendo caso a la suposición-, al menos uno de ellos es bueno. Del mismo modo, se podría suponer que, existe al menos un elemento de M que es malo, de modo que no se puede afirmar que: ´M es bueno´, por el hecho de que hay un elemento malo en M. Esto es válido independientemente de la cantidad de elementos a los que se haga referencia, esto es, pueden ser uno o varios. En términos obvios:

x/ (ϕ) x, donde ϕ puede representar al elemento bueno o malo.                          [2]

Por [1] y [2], podemos decir que no es posible hacer juicios totales acerca de M. En consecuencia, no se puede estar a favor o en contra de la modernidad, tal como es entendido aquí. Más precisamente, no se puede estar totalmente a favor de la modernidad o totalmente en contra de ella.

Por lo tanto, de acuerdo al razonamiento anterior, la postura antimoderna que rechaza totalmente la modernidad, no es correcta. En cambio, una crítica parcial (i. e. de uno o varios aspectos) de la modernidad, sí es posible. De modo que, sí se puede estar en contra de uno o varios de los aspectos de la modernidad. Este sería el caso de la crítica antimoderna ecológica: arremete solamente contra un aspecto de la modernidad. De tal manera que, a primera vista, la crítica ecológica que ataca uno de los aspectos de la modernidad, sería correcta, a diferencia de la crítica incorrecta que rechaza toda la modernidad. Concentremos nuestra atención en este tipo crítica.

Esta crítica padece de ciertos defectos, cuya causa se encuentra en el interés político. En efecto, gran parte de los críticos de la modernidad, se encuentran inclinados por intereses partidarios. Según ellos, la modernidad tendría un aspecto negativo que sería el de su nefasta relación con la naturaleza. Occidente habría desarrollado una visión que atenta contra la naturaleza, pues esta sería la principal causa del desastre ecológico del planeta.

La tesis central de la crítica ecológica, sostiene que el desastre de la naturaleza, comienza con la modernidad. Esta tesis se apoya en la idea de que el mundo occidental ha forjado una visión dominadora y destructora de la naturaleza. Se dice que este “patrón del poder colonial sobre la naturaleza”, ha sido el factor fundamental para que occidente o la modernidad, cauce la devastación de la ecología (esta idea se encuentra de forma reiterada en algunos críticos de la modernidad, por ejemplo: Bautista, 2010 y Cajigas-Rotundo, 2007).

Un ejemplo de esta postura de pensamiento, se encuentra en el ensayo de Adolfo Colombres, específicamente en el apartado “La cuestión ambiental”:

«Toda cultura posee tanto una concepción de la sociedad como de la naturaleza. O sea, regula por un lado las relaciones entre los miembros del grupo, y por el otro la forma en que éstos realizan la apropiación material y simbólica del espacio. La civilización occidental, como se sabe, desarrolló un concepto de cultura opuesto al de naturaleza, hasta el extremo de que aquella pasó a ser la destrucción o el sometimiento de la [sic] ésta. Ello se agravó con la ciencia moderna, que busca conocer la naturaleza sólo para dominarla, ubicando al hombre y su cultura fuera de la misma y en una situación de indiscutible superioridad» (Colombres, 2007: 59)

Esta es una exposición correcta de occidente, pero muy inclinada en los aspectos negativos, como si la modernidad estuviera compuesta solamente de aspectos negativos (ya vimos que la modernidad tiene aspectos positivos y negativos).

Una exposición honesta, también reconocerá los aspectos positivos y señalará la necesidad de mejorar, modificar o eliminar los aspectos negativos, de manera que este proceder, conduzca a un mejoramiento de la humanidad.

Es cierto que occidente tiene una visión dominadora y (en parte) destructora de la naturaleza. Pero no parece ser cierto que esta visión y práctica, haya sido desarrollada específicamente por esa sociedad del planeta. Esto último puede ser justificado del siguiente modo:

A lo largo de su existencia, la humanidad tuvo una etapa en la que no se caracterizaba por alterar (de gran manera a) la naturaleza. En esto, se parecía básicamente a los demás animales que vivían en el planeta Tierra. El historiador Yuval Harari, dice al respecto:

«En una excursión por África oriental hace dos millones de años, bien pudiéramos haber encontrado un reparto familiar de personajes humanos: madres ansiosas que acariciarían a sus bebés y grupos de niños despreocupados que jugarían en el fango; adolescentes temperamentales que se enfadarían ante los dictados de la sociedad, y ancianos cansados que solo querrían que se les dejara en paz; machos que se golpearían el pecho intentando impresionar  a la belleza local, y matriarcas sabias y viejas que ya lo habrían visto todo. Estos humanos arcaicos amaban, jugaban, formaban amistades íntimas y competían por el rango social y el poder… pero también lo hacían los chimpancés, los papiones y los elefantes.» (Harari, 2014: 16)

Es decir, los humanos antiguos, se parecían básicamente a los demás animales casi en todo, y, según el autor, lo más importante que hay que saber de éstos, es que «eran animales insignificantes que no ejercían más impacto sobre su ambiente que los gorilas, las luciérnagas o las medusas». Esto significa que, los ancestros de la humanidad actual, han tenido que adaptarse a la naturaleza.

Si bien desde sus inicios, la humanidad ha tenido que adaptarse al medio ambiente en el que vivía, hubo un tiempo en que esto cambió radicalmente. Se calcula que aproximadamente hace setenta mil años de la era común, los humanos empezaron a invertir la adaptación de marras. Esta vez era la naturaleza la que debía adaptarse (por acción de los humanos) a la humanidad.

La causa fundamental (pero no directa) para este fenómeno, habría sido la capacidad humana de pensar. Este acontecimiento es considerado como la primera gran revolución de la humanidad (Harari, 2014). Esta revolución, habría dado inicio a lo que se ha dado en llamar, el antropoceno.

La revolución cognitiva (en conjunción a varios factores), ha hecho posible que Homo Sapiens pueda emigrar desde su morada natal (el continente que hoy conocemos como África) al resto del planeta. Esta emigración ha sido causa de muchos cambios en el ecosistema planetario. Estos cambios, han sido fundamentalmente devastadores para la vida y la naturaleza, que, por el hecho de haber sido propiciado por el humano, puede ser considerado como los inicios del antropoceno.

Entre los cambios causados por Sapiens, está una radical modificación de la vegetación circundante y la matanza de muchas especies de animales, e incluso especies de otros Homo o humanos. Todo esto ocurrido en miles y miles de años, de forma progresiva, en cada espacio geográfico que ocupaba Homo Sapiens. Hubo un cambio en la flora y fauna de cada sector territorial conquistado. Causaron la muerte de todas las demás especies humanas (incluido el Homo Neandertalensis). A su llegada por Australia, eliminaron por lo menos a un noventa por ciento de la megafauna existente. Causaron la extinción del setenta y cinco por ciento de los grandes mamíferos de América. Y a nivel mundial, causaron la muerte de al menos el cincuenta por ciento de los grandes animales terrestres (Harari, 2016).

Esta progresiva ruina de vegetales, animales y humanos, presupone una visión (aunque rústica), de dominio y destrucción. Esto es, los humanos que datan de la revolución cognitiva, tenían (al menos implícitamente) una visión dominadora del planeta (i. e. buscaban amoldar el ambiente a sus necesidades) y en gran medida, destructora de la vida (i. e. fueron causantes de la muerte de muchas especies animales incluidos los demás humanos).

Todo esto indica que la devastación del ambiente en el cual el humano reside, no es un fenómeno aparecido con la modernidad u occidente. Se trata más bien, de un hecho ocurrido miles de miles de años antes que la modernidad emerja. Esto implica que, la postura de pensamiento que dice que la degradación ecológica comienza con la modernidad, o que solamente occidente ha desarrollado una visión dominadora y destructora de la naturaleza, es una posición errónea. La degradación del ambiente ha comenzado hace más o menos setenta mil años. Lo que hizo occidente, fue continuar (de forma más agresiva que las demás sociedades) esa manera de proceder y relacionarse con el medio ambiente. Por todo esto, es importante tomar en cuenta este aspecto insoslayable a la hora de analizar los cambios actuales que experimenta el planeta.

(Además, el desarrollo actual del mundo, hace que gran parte de la sociedad mundial, contribuya al desastre ambiental del planeta. Con esto, ya no se trata solamente de un problema de los occidentales, sino de un problema de la sociedad mundial, cuyo antecedente son sus antepasados de hace setenta mil años. Cabe mencionar que, los occidentales, se constituyen apenas, en un grado más de la paulatina radicalización de ese tipo de prácticas destructoras del planeta, siendo hoy, la sociedad mundial, directa o indirectamente, la que ha llevado a su máxima expresión, la práctica destructiva del ecosistema planetario.)

Ahora bien, los críticos de la modernidad sostienen que el mundo occidental ha desarrollado una visión dominadora y destructora de la naturaleza. Pero olvidan que esta visión ya ha sido parte de Homo Sapiens desde por lo menos setenta mil años antes. Esta omisión (consciente o inconsciente), hace degradar la crítica antimoderna, a una crítica simplista, porque posiciona a occidente como la gran fuente de los males. Esto es negativo, porque, al ser parte de los argumentos que intentan descalificar por completo a la modernidad, funciona como una crítica válida, carente de errores, y hace (aparentemente) plausible la postura de pensamiento que está totalmente en contra de la modernidad.

Pero es necesario advertir y aclarar que, la destrucción del planeta, no comenzó con los occidentales, sino que data de hace miles de años. La consecuencia directa de esta constatación, es que, el argumento que acusa a la modernidad como la gran fuente de la devastación ecológica, se derriba, y consecuentemente, debilita la postura de pensamiento totalmente contraria a la modernidad.

 

Hemos analizado críticamente la tesis central de algunos pensadores que están en contra de la modernidad. Se ha podido advertir que, su posición general ante la modernidad (i. e. estar completamente en contra de la modernidad), está compuesto por varios argumentos (uno de ellos el ecológico). Se ha invalidado la posición general, y se ha criticado en parte, uno de los argumentos constituyentes de ella, a saber, el ecológico.

El argumento ecológico central de algunos críticos de la modernidad, sostiene que el mundo occidental o moderno, ha desarrollado una visión dominadora y destructora de la modernidad. Este argumento omite que el dominio y la destrucción, ha comenzado hace alrededor de setenta mil años en la historia de la humanidad. En efecto, Homo Sapiens ha destruido el ambiente natural, y ha causado la muerte de muchos animales, e incluso de los demás humanos. Su emigración por la tierra, ha supuesto un cambio ecológico propiciado principalmente por el ser humano. Esto es, se trata de un cambio antropogénico. Se ha aclarado este asunto y resulta que afecta a la tesis antimoderna en cuestión. Esta afección cuestiona la tesis que arguyen los críticos de la modernidad. En suma, se puede sostener que el antropoceno comienza hace (más o menos) setenta mil años y no con el mundo moderno, tal como sostiene la postura de pensamiento analizada.

Abel Rojas

 

Libros citados:

Bautista S., Juan José, Hacia la Descolonización de la Ciencia Social Latinoamericana. Cuatro ensayos metodológicos y epistemológicos, Bolivia, Rincón Ediciones, 2012.

Bautista S., Juan José, Crítica de la Razón boliviana, Elementos para una crítica de la subjetividad del boliviano con conciencia colonial, moderna y latino-americana, Bolivia, Rincón Ediciones, 2010.

Colombres, América como civilización emergente, Bolivia, Tercera piel, 2007.

Cajías-Rotundo, Juan Camilo, “La biocolonialidad del poder”, en: Castro-Gómez, Santiago; Grosfoguel, Ramón (editores). El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global. Colombia: Siglo del Hombre Editores: 2007.

Noah Harari, Yuval. De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad. España: Debate, 2014.

Noah Harari, Yuval. Homo Deus. Breve historia del mañana. España: Debate, 2016.

 

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