A VECES ME ABURRO DE ESTAR VIVO
Abel Rojas
Lo más seguro es que todo esto es el producto de un momento emocional. Uno que, causado por cualquier cosa que quiebra mi tranquilidad, siempre me conduce a la idea de la muerte. El coqueteo con el suicidio se ha convertido en la solución más sencilla a toda esta oscura amalgama de sensaciones indeseables que experimento.
Pienso en Sofía. ¿Por qué me quiere tanto? ¿Será verdad que me ama, como suele asegurarme siempre?
Una llamada. ¿Por qué mierda me joden justo ahora? Odio que me molesten en mis momentos de soledad.
Me duele el ojo izquierdo. ¿Qué pasa? ¿Por qué siempre tiene que ser así? Me jode que mi vida haya sido atravesada por este tipo de dolor. He apreciado a mi ojo más que a cualquier cosa, pero he cargado con la maldición de tenerlo en un estado malogrado casi la mayor parte de mi vida. ¿Qué hice para merecer esto? Me emputa, ¡me emputa!
Quiero echarme a perder, llamar a mujerzuelas, esas que siempre han estado dispuestas a verme cuando me daba la gana. ¿Aún lo estarán? ¿Será posible que quieran pasar la noche conmigo? Al menos una tiene que estar disponible.
Quiero beber. Me da asco beber. Nunca me ha gustado ese líquido que logra embriagar, sea la bebida que sea con la que esté mezclada. Pero el efecto que causa, que en última instancia es lo que busco, solo puede ser conseguido a través del consumo de ese líquido amargo y picante.
Quiero caminar. Sí, caminar sin rumbo surcando la ciudad o alejándome de ella. Quizá sea mejor irme lejos, lejos de la metrópoli con tal de perderme en la más absoluta soledad, sin que nadie siga mis pasos, sin el temor de encontrarme con nadie en el camino.
Quiero estar solo. Adentrarme en la más profunda soledad sin poder salir nunca de ella. Morir en ella y deshacerme de todo de una sola vez, de un solo golpe. Quiero estar solo con mis pensamientos. Quiero que nadie me busque ni me llame por el móvil. No quiero apagarlo, pero no quisiera escuchar una sola notificación de mensajes, una sola llamada. Empero, pensándolo mejor, quizá no haya problema con esto. Después de todo -y he de admitir que me duele-, no tengo gente a la que yo de verdad le interese. Nunca nadie me ha demostrado su compañía incondicional y tampoco nadie ha estado conmigo hasta el final. Nunca nadie lo estará. Entonces, no hay que preocuparse por el móvil; igual nadie llamará ni mensajeará.
Pienso en los errores que he cometido en la vida. Pienso en el error más grande de mi vida. Lo proceso en mi mente y lo único que quiero es escapar de la prisión en la que se ha convertido mi cráneo. Me nacen unas ganas inminentes de tomar mi cabeza con las dos manos y golpearla en la pared hasta resquebrajarla por completo, y, con los huesos quebrados, el encéfalo colgando de ellos a medio salir, y la sangre chorreando abundantemente, seguir golpeándolo contra la pared. Quiero deshacerme de una vez de mi maldita cabeza. Quiero pisotearlo una vez que lo tenga hecho trizas. Quiero botarlo al piso y bailar sobre él mi último fracaso en la vida, respirando el último aire.
Pienso nuevamente en Sofía. ¿Por qué quiere respirar de mi mismo aire? ¿Es que acaso no se ha dado cuenta? No me imagino una noche durmiendo con ella frente a frente. Pienso una vez más en Sofía. ¿Por qué quiere dormir conmigo respirando mi mismo aire? Moriría de vergüenza y quizá, al amanecer, mientras ella duerme cálidamente con el rostro descansado y mostrando toda la magnitud de su hermosura, decida pasar el cuchillo por mi cuello. Es lo más probable. Después de todo, nunca me he sentido cómodo siendo como soy, ni nadie que me conozca se ha sentido cómodo también. Ella no lo soportaría, lo sé. Y, para no hacerme sentir mal, fingiría que todo está bien. Nadie soportaría una presencia como la mía.
Nunca he comprendido por qué una chica normal tiene que fijarse en alguien como yo. Ahora es Sofía. ¿Por qué?
Estoy loco. Quiero irme de aquí. Quiero perderme entre pastillas y unirme a ellas. Dirigirme sin rumbo a donde descansa alguna montaña perdida. Descansar junto a ella en su falda. Envolverme por completo en la oscuridad. Acurrucarme y temblar de frío. Quedarme así hasta que el efecto de las pastillas logre enajenarme totalmente. No quiero sentir la vida. Solo deseo perderme en la nada, y, sin siquiera advertirlo, ser tragado por la muerte que tanto me coquetea desde hace ya mucho tiempo. Quiero entregarme a ella de una sola vez. Quiero unirme en su insondable eternidad.
Libros. ¿Por qué tantos libros? Todos son una carga. No me gustan. Pesan demasiado en mi espalda. No los quiero cargar ya. He vivido por largos años así, como si los libros fueran mi única compañía. He tenido que sufrir la inevitable consecuencia de que esos malditos libros me alejen de todas las personas del mundo, incluida la gente que aprecio.
Pienso nuevamente en Sofía. ¿Qué estará haciendo en este momento? A veces me cuesta creer que en realidad me ama. Pero, la mayor parte del tiempo, estoy seguro que es así. La noto demasiado sincera con las cosas que me dice, tanto así, que cuando lo hace, se limita a describir lo que hay en ella. No necesita pensarlo. Ya todo está dado, y solo tiene que describirlo cuando así lo requiera. Es el amor. Pero sé muy bien que eso durará hasta que ese amor ciego que siente por mí, desaparezca una cálida noche de marzo. Entonces, recién entonces, podré ver si en realidad soy yo a quien de verdad escogió. Lo más seguro es que me mande a la mierda de un solo golpe. Porque el amor es así: nos conmina a realizar cosas sin sentido, a escoger personas con las que, en nuestros momentos de racionalidad, nunca las escogeríamos.
Su mirada. Su mirada es tan fija, profunda e indagadora cuando la clava en mi humanidad. Recuerdo la primera vez que la vi. Eran sus ojos los que me atraían con fuerza, tanto que debía hacer esfuerzo para evitar mirarla demasiado.
No he conocido mujer tan sincera cuando tiene que serlo. Yo también siento que la amo. No más, ni tampoco menos. Solo la amo y punto. Se puede querer poco o mucho, pero no se puede amar poco o mucho. Cuando se ama, se ama y punto. Ella lo sabe. Se lo he dicho cuando me he librado del extraño miedo que me impedía mencionar esas dos palabras mágicas y sublimes.
Mi ojo, me sigue doliendo mi ojo. ¿Por qué tengo que continuar escribiendo a pesar del punzante dolor que acecha mi ojo izquierdo? Ya no sé qué más hacer. Quiero retirarme y entregarme al sueño. Pero si lo hago, es casi seguro que, a medianoche, despierte automáticamente y el ritmo circadiano de mi ser, se vea alterado. Entonces tendré que dormir cuando no esté dispuesto a hacerlo, y estar despierto cuando quiera dormir de verdad. Es una mierda nuestro reloj biológico.
Estoy muy solo aquí. Ya ni siquiera Sofía puede escribir, y mucho menos llamar. Me duele, no he de ocultarlo. Pero es nada más por hoy. Afortunadamente la mayor parte del tiempo estoy tranquilo. Ella lo sabe. Tiene que saberlo. No quiero manchar la relación con mentiras. Sabe que tengo un profundo desprecio por mi vida, que ya no le temo a la muerte, que me siento cómodo pensando en mi final, que intento vivir la vida con la yema de los dedos. Sabe que la mayor parte del tiempo estoy realmente bien.
Dejaré de escuchar a Paganini y me pondré a leer, aunque mi ojo izquierdo me obstaculice. No quiero escribir más. Escribir es malo; es cosa de gente endemoniada.
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