LOS JUEGOS DEL TIEMPO Y LA MEMORIA

Carlos estaba leyendo un libro, pero se le hacía difícil concentrarse. Un centellante recuerdo vagaba libre y molestosamente al interior de su cavidad craneal: era Daniela, aquella chica que siempre le había gustado, con la que nunca había tenido la oportunidad de hablar.

Eran las seis de la tarde en punto, y ella estaba en el mismo salón que él. Al principio, se encontraba completamente normal. Su único objetivo era asistir a clases y aprender algo que realmente valiera la pena. De tal modo que, su concentración estaba en el profesor, y no en Daniela.

La primera sesión previa al recreo, actuó conforme a sus intenciones: atendió al profesor, tomó notas, hizo el esfuerzo de entender y asimilar lo que explicaba, e incluso formuló un par de preguntas interesantes. Pero todo eso cambió cuando llegó la hora del recreo, a media clase.

Mientras terminaba de escribir una idea y dibujar un diagrama, todos comenzaron a levantarse de sus bancas, y salieron poco a poco hasta el patio, donde tenían preparado un refrigerio sencillo. Al constatar este hecho, se apresuró en terminar los apuntes, poner los cuadernos y libros en orden sobre la mesa, y levantarse rumbo al patio. Pero apenas levantó la cabeza, vio un cuerpo extremadamente llamativo y juvenil. No pudo evitar cómo, desde el lugar en el que estaba sentada, ella se dirigía al patio lentamente, observando su móvil.

Tenía el cabello largo y suelto. Vestía con una chompa azul y un jeans veis. Su cuerpo desmedidamente femenino, atrapó a Carlos desde el primer instante: unos hombros de menor tamaño en relación a las caderas. Una cintura delgada, que contrastaba brutalmente con su descomunal trasero. Sus piernas perfectas y su andar delicado, hacían imposible dejar desapercibido semejante belleza.

Nervioso y fingiendo no prestarle atención, se levantó de la silla para ir, no al patio, sino directamente al baño para mojarse el cabello. Por un instante, se vio en el espejo, y se dijo a sí mismo: “¡esto no puede estar sucediendo! Carlos, sabes que ella no es para ti. Déjate de falsas ilusiones y deseos imposibles de cumplir. Bien sabes que una chica, tan bella como ella, no podría estar contigo. Es inalcanzable. No te prestaría atención. Cinco largos años de tu vida estudiando arduamente, privándote de todos los placeres secundarios de la vida terrenal, para lograr aprobar a tu primer curso postgradual; esto no puede estar pasando.”

Y era verdad. Carlos, se había privado de tener una enamorada por largos años. Había invertido su tiempo y dinero en libros. Dedicó todo su tiempo libre a leerlos. Se alejó de todas las personas que quería, mucho más de lo imaginable, entre amigos y familiares. Eran tiempos de dedicación exclusiva al estudio; nada de distracciones molestosas, y mucho menos una chica que haga perder el tiempo.

Mojó su rostro y salió dispuesto a ignorar a Daniela. No debía ser tan difícil, si es que ha pasado ignorando a mil mujeres por más de cinco años.  

Al acercarse al patio a recibir su refrigerio, estaba decidido a no tomarle importancia. Puso su cara de guerra: una mujer no podía doblegar su convicción incólume por el estudio.

Y así fue. Llegó a la pequeña tiendita móvil, escogió una empanada con café, y se fue hasta una mesa solitaria. Todo esto, lo hizo sin mirar a nadie más que al chef de la tienda. Se dispuso a tomar su café, y comer su empanada, a tiempo que intentaba repasar mentalmente todo lo que había escuchado en clase. 

Pero de pronto, sin siquiera haber pasado un solo minuto, la vio en frente suyo: en una mesa solitaria también. Hasta entonces, solo había contemplado la parte posterior de su cuerpo, y no así, en cambio, la parte de delante. Su sorpresa fue más grande, al ver su rostro perfecto, que movía ligeramente, mirando a donde sea, mientras engullía un pastel.

No pudo evitar observarla con disimulo. Era la chica más bella que jamás había visto en su vida. Luchó por un momento contra sus instintos, librando una fuerte batalla en su interior; pero nada era útil, nada podía hacer. La atracción había hecho de las suyas, ganándole arrolladoramente. Desde entonces, no dejaba de observarla, ya con disimulo, o ya directamente.

Sus labios tenían un contorno perfecto. Su mirada era profunda, y sus ojos, eran dormilones y se veían con la esclerótica algo roja. Tenía un rostro de tez amarillento uniforme, que contrastaba hermosamente con su negra cabellera.

Agachó su cabeza, y no terminaba de creer lo que pasaba. Por un momento, se había perdido en su belleza. Sintió que lo que le estaba sucediendo, era un amor a primera vista. Después de todo, no parecía encontrar mayores problemas en abrirle las puertas al amor, aunque eran muy bajas las probabilidades de éxito.

De repente, salió del recuerdo en el que se había sumergido, volviendo la mirada al mundo exterior, y observando en frente, el libro que tenía sobre la mesa. No podía ser que, incluso estando a una distancia temporal tan alejada de ella, sea posible que aquél recuerdo siga vigente en su memoria.

Se obligó a dejar de lado el recuerdo de Daniela, la chica de la que casi se había enamorado. Agarró el lápiz y un papel, y siguió tomando notas de lo que leía.

Abel Rojas

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