LO QUE NO PUDO SER
¿Por qué tenía que terminar así? Aun no entiendo con claridad las razones. ¡Quizá ni haya razones! Él me rogó tanto para que no lo dejara, pero no quise aceptar aquella sincera súplica. No sé por qué fui tan fría e indolente. Me arrepiento tanto de haberlo dejado ir. Lo único que tenía que hacer era aceptarlo; dejar que estuviese conmigo.
Aún recuerdo sus ojos más o menos pequeños, mirándome con sorpresa y temor, después de haberle confesado que no quería verlo más. Eran claros, y brillaban reflejados con las luces de aquel callejón casi vacío. Su cabello mojado por la lluvia, estaba pegado a su rostro. Era largo y hermoso. Se veía muy lindo aquella noche. Sí, definitivamente, era tan lindo él, que me gustaba desde el primer momento que lo vi.
Parecía ser un chico algo retraído. Las pocas veces que he tomado la iniciativa de dirigirle la palabra, siempre me ha respondido con la formalidad de un hombre de oficina: corto y preciso. Incluso su caminar es… no sé; no es robótico, pero guarda una simetría armónica en cada paso que da. Mantiene la parte superior de su cuerpo, derecho y rígido, como si fuera ajeno al andar de sus pasos. No sabría explicar de qué manera puede lograr semejante formalidad incluso al caminar, como si atravesara una pasarela o hiciera un desfile frente al presidente más importante del mundo.
Recuerdo que, sabiendo ya de esa formalidad extrema, una vez lo vi cruzar la calle. Con la cabeza erguida, vista al frente y casi sin pestañear, caminaba plácidamente, como si fuera ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor. Parecía que no veía a ningún lado antes de hacerlo, y la atravesaba tranquilamente, con las manos subordinadas a un peso muerto, metidas a cada bolsillo. Y no sé por qué me gustaba verlo caminar, estando escondida tras la ventana del curso. Pero lo que sí sabía, era que, aquella manía de verlo, apenas se trataba de una de las muchas cosas que me gustaba de Jair.
Jair Noé; incluso su nombre es extraño y suena bonito cuando lo pronuncio: Jair Noé, ¡Cómo me encanta este chico! Se me hace difícil creer que la belleza del nombre y el hombre que posee ese nombre, puedan coincidir tanto. Pero es a ese mismo hombre que me gusta tanto, al que he terminado por rechazar esa lluviosa noche de diciembre.
Por fortuna mía, estábamos en la misma clase de termodinámica. Desde entonces, era evidente que me llamaba la atención en demasía; mucho más de lo que hubiera imaginado. Al principio no quise reconocerlo. Simplemente no podía ser, y no quería pensar mucho en eso. Pero a medida que transcurría el tiempo, se me hizo difícil contener lo que ya era una avalancha de sentimientos de un claro e inconfundible afecto. Al verme obnubilada por todo lo que me provocaba, no tuve más remedio que pensar explícita y conscientemente en él.
Casi sin poder evitarlo, me lanzaba a un juego de miradas comunicativas. Estaba segura que lo iba a notar. Me dejaba una sonrisa cada vez que lo saludaba, o me acercaba, o cuando por mera casualidad coincidíamos con la mirada: no lo hacía intencionalmente, sino automáticamente, como si hubiese estado programada para sonreír cada vez que me encontraba cerca de él. No sé por qué dejaba escapar esa sonrisa siempre que su mirada se dirigía hacia mí. Sentía que me hacía feliz con solo mirarme, a pesar de que sus ojos habitualmente se mantenían escondidos tras esa gafa oscura que solo devolvía la imagen distorsionada de lo que reflejaba. Nunca he podido comprender por qué no se los quitaba jamás. Pero, aquella noche de viernes, fue la primera y única vez que los pude ver.
Siempre que ingresábamos al aula, él llegaba unos minutos tarde. Con la cabeza gacha, y sin saludar ni golpear la puerta, ingresaba hasta el fondo del salón. No sé por qué siempre tenía ese extraño comportamiento al momento de su ingreso. Incluso caminaba algo atropellado, como si no coordinara muy bien sus pasos. Sostenía con ambas manos sus libros y cuadernos, como si alguien tuviese la intención de quitárselos.
Yo lo esperaba siempre en segunda fila, con la esperanza de poder verlo de cerca en su ingreso. Para disimular, mantenía la cabeza vista al frente, siguiendo a veces el movimiento del profesor, o echando breves miradas a los lados. Pero lo cierto, es que todo eso era una mera cortina de humo para no llamar la atención de nadie en la sala. Mi pensamiento solo estaba en Jair, y mis ojos, aunque de reojo, no dejaban de vigilar esa puerta de color guindo. Esperaba impacientemente a que se abriera. Una tensión constante se apoderaba de mi cuerpo todo el lapso de tiempo que transcurría desde mi llegada, hasta su llegada. Por un tiempo, mi única motivación para asistir a la universidad, era él.
Me levantaba temprano para alistarme. Pasaba horas enteras viendo qué ropa ponerme o de qué manera maquillarme. A veces, cambiaba mi indumentaria dos o tres veces, incluso eso sucedía con mi maquillaje. Estaba tan obsesionada con mi imagen, que procuraba verme de la mejor manera para él. Siguiendo esos patrones de personalidad, que eran evidentes en Jair, elegía el color de mis ropas, el maquillaje, mi forma de comportarme e incluso, mi forma de caminar. Su presencia me ocasionaba un nerviosismo contra el cual dirigía todos mis esfuerzos en intentar disimularlos. No sé si lo lograba, pero, por como veía su comportamiento, él no desviaba su mirada siquiera un ápice.
Al principio, lo interpretaba como una completa indiferencia. De no haber sido por aquél glorioso y perdido viernes, me hubiera quedado pensando así toda la vida. En realidad, él me quería, y había clavado su mirada en mí desde un principio.
Era la primera vez que hablamos personalmente. Gran parte de aquél encuentro, ha sido gracias a mí. Lo primero que hice fue intentar acercarme para ganar su confianza y pedirle su número telefónico. Si tenía su número de celular, podía contactar con él impersonalmente en cualquier momento. Eso era una gran ventaja: la distancia y el tiempo.
Él estaba justo cerca a la puerta principal de la universidad, y yo lo vi a lo lejos, mientras salía del salón. Al parecer recibía el sol en su cuerpo, porque adentro hacía un frío mortal. Estaba solo y con las manos en el bolsillo, con la mirada en el piso. No sabría decir qué hacía o en qué pensaba. Pero me llené de valentía para dirigirme hasta él, y hablar un poco. Quizá nuestro encuentro en esas circunstancias era inminente. Pues el profesor nos dio una serie de problemas de medición de cálculo de tiempo y velocidad en cinemática, y fue el primero en terminar de responderlos. Por ese motivo, estaba afuera, gozando del permiso otorgado por el docente. Al ver eso, yo me apresuré, tanto que no me importó tener soluciones correctas y entregarlas así mismo al profesor. Lo logré y salí, salí como quien gana un tesoro y va en busca de él.
- ¡Hola! -saludé con una grande sonrisa, que no pude evitar esconder.
No respondió al instante. Parecía como si, con el saludo, hubiera tocado a su puerta, y desde el fondo de su castillo, con calma, comenzaba a salir para atenderme. Proceder de ese modo, parecía normal para él. Pero a mí se me hacía algo pesado tener que esperar unos segundos, para que respondiese a un simple saludo.
- Hola, ¿qué tal?
La respuesta era más bien fría, pero agradable. No sé, me gustaba que sea así. Me sentía encantada por el simple hecho de estar a su lado. Por un instante, no supe qué decir, no sabía de qué manera proseguir con la charla. Así que se me ocurrió hacer un comentario sobre el tiempo. Era lo más tranquilo y neutral que podía haberle hablado.
- ¿Adentro hace mucho frío verdad?
- ¡Sí!, es mucha cosa tener que soportar semejante frío por cinco largos años, y todo por aprender un oficio del cual vivir.
Parecía más abierto y complacido con la charla. Eso me puso muy feliz. Por primera vez, sentí esa cálida cercanía que su humanidad me podría haber ofrecido. Era lo que necesitaba de él. Realmente lo amaba de verdad.
Pero, aun así, inexplicablemente, tuve que dejarlo ir. ¡Me duele volver a pensar en esto! ¿Por qué lo dejé ir? Hasta ahora que lo pienso, no puedo encontrar una respuesta. Si la verdad de mi vida es que, me gusta como a nadie y siento un enorme amor por él.
Diez de la noche. No dejaba de mensajearme para pedirme que nos veamos. Yo no salía de clases aún, y él, no vino toda esa semana a la universidad. Por alguna razón que no puedo descifrar, sentía cierta repulsión a su persona. No quería verlo, de la nada, de por sí, no me apetecía verlo. Pero era tan insistente, que buscaba mil formas de convencerme para que esa noche, y no otra, hablemos de una vez. Ya lo habíamos hecho por otras dos o tres ocasiones, donde todo salió muy bien. Incluso nos tomamos de la mano, nos abrazamos, y casi no besamos.
- Ya bueno. ¿Estás en casa? Cuando ya esté pasando por la avenida de tu casa, ¿te aviso sí? Voy a decirte algo.
Tuve que aceptarlo a pesar de que no quería volver a verlo. Era un poco tarde, pero eso no interesaba. Quería terminar con todo de una sola vez.
En el camino, no dejaba de pensar en él. Sabía con toda seguridad, que mi corazón le pertenecía. Me gustaba tanto. Comencé a recordar todo lo que vivimos, desde la primera vez que lo vi, aunque era muy poco. Entonces me sentí tan feliz de que él, al igual que yo, había comenzado a quererme. Honestamente, no me lo esperaba, pero era cierto. Después de todo, era lo único que deseaba de Jair.
- ¿Quieres salir? Ya estoy a minutos de llegar.
- ¡Claro!, ahora salgo. Te veo en el mismo lugar de aquella vez, ¿sí?
- Está bien.
Al llegar, estaba comenzando a llover un poco. Era una leve llovizna, pero que mojaba más de lo esperado. Pagué mi pasaje y me dirigí hasta la pasarela donde se supone, él estaría esperándome. Y así fue, al acercarme, lo vi. Llevaba una chamarra grande, que se dejaba caer hasta las rodillas, y era de un color azul oscuro. Tenía el jeans plomo, bastante aprieto. Su cabello brillaba por el reflejo de la luz que se materializaba en las pequeñas gotas que colgaban de él.
- ¡Hola! ¿Cómo estás?
- Me hace un poco de frío.
- Seguro. Debe ser porque viniste de clase. Yo, en cambio, no siento mucho frío, pues hasta hace un momento, estaba en la cama.
Escuchar su voz me hacía sentir tranquila. Estaba feliz de volver a verlo, y de estar a su lado. Me hubiera quedado con él aquella noche, y por el resto de mi vida. Pero algo me impedía estar con él, y a ratos, me obligaba a decirle que no lo quería a mi lado. Era una lucha fuerte la que llevaba adentro, para dar lugar a mis deseos, o a aquel impulso inhibidor que me empujaba a dejarlo.
Caminamos por una calle semivacía. La lluvia no dejaba de cesar. Hablamos de cosas que nada tenían que ver con nosotros. Especialmente él, parecía que tenía ganas de hablar de todo, de contarme sus cosas todo el tiempo que fuera posible. Pero yo, solo deseaba terminar con todo de una vez. Mi objetivo era dubitativo en todo momento, pero inalterable al final. Así que solo había que hacerlo y ya.
- Sabes, tengo que decirte algo.
Él parecía presentir el final, e intentaba evadir mi intensión de hablarle. Cada vez me comentaba cosas más ajenas a lo nuestro, e intentaba enrolarme en su charla. Pero yo, quedaba callada la mayor parte del tiempo. No deseaba platicar de lo que él me hablaba. Solo quería terminar con todo de una vez, e irme a casa a dormir tranquila.
- Jair, quiero decirte algo.
Tuve que insistir, pararme en un lugar apartado y vacío de gente, a pesar de que había mucho auto transitando por la avenida. Mi posición era notoriamente tímida y nerviosa. Parecía que él lo había notado. Nos callamos por un instante, quizá más del esperado, mientras él rodeaba mi cuerpo con sus brazos. Era tan bella la sensación que sentía aquel momento. Quise perderme en sus brazos para toda la eternidad, pero no podía hacerlo al final. Tenía que decirle la verdad y dejar que todo siga su curso, como cuando no nos conocimos.
- No podemos hablar más. Está mal lo que estamos haciendo. Aunque te lo explique de mil maneras, yo sé que no querrás entenderlo. Pero, aun así, no voy a cambiar de pensamiento. Es el fin, Jair.
Lo vi sorprendido, asustado e incrédulo. Parecía ser que, en su rostro, se desvanecía poco a poco toda la ilusión que tenía conmigo. No pude soportar su mirada. Era demasiado triste, así que me despedí y me alejé de él para tomar un auto. Pero me siguió, repitió mi nombre varias veces para pedirme una explicación; un por qué. Pero no hice caso. No paré y él, tras avanzar como una cuadra, dejó de caminar. Era triste verlo parado, mojándose con la lluvia, y mirando alejarse a la chica que había robado su corazón.
Abel Rojas
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