COMO ARENA ENTRE LAS MANOS

Abel Rojas
Ella era una chica extremadamente hermosa ante sus ojos. La primera vez que la vio, se asombró tanto por su belleza, que se puso notoriamente nervioso, y se comportó como un niño que no sabe cómo disimular sus emociones.

Era una tarde pacífica y soleada de lunes. La cita estaba programada para las tres de la tarde, pero él llegó veinte minutos atrasado.

Antes de verla por primera vez, no se preocupó de nada: ni de su aspecto, ni del tema de conversación y mucho menos en llegar puntual. Después de todo, era una chica más en su vida, una más entre muchas; de modo que tomó muy a la ligera el encuentro. Todo esto, no le hizo reparar en la excusa que le iba a plantar para justificar su retraso.

Al acercarse al punto de encuentro, vio una chica simpática. Intuyó que podría ser ella. No había nadie más en la pequeña y muy bien cuidada placita, lo cual le hizo pensar que, sin lugar a dudas, era ella.

Mientras más se acercaba, estaba más seguro de su sospecha. El nerviosismo aumentaba también al mismo ritmo. De pronto comenzó a sentir que su rostro y su cuerpo en general, incrementaba su calor, generando un poco de sudor en su frente, su espalda, y su pectoral. No controlaba sus pasos como normalmente lo haría. Una extraña sensación recorría por todo su cuerpo. Una sensación incómoda, por cierto. En definitiva: se descontroló casi por completo, con el simple hecho de mirarla. Pues, la niña era extremadamente hermosa.

Su cuerpo desmedidamente sensual hacía que sus pensamientos sexuales cobraran vida. Sus piernas perfectas atraían a sus manos, como si de un hechizo se tratara. Extendía sus dedos, rozando el aire que, en su imaginación, eran las piernas de la damisela. Hacía eso con suma cautela, de tal manera que no se notara.

Luego vio su cintura, abrazada por un jeans exacto, de color azul. No podía contener la leve erección que experimentaba, cuando veía la parte central de su cuerpo. Por un instante, se había sumergido en un pensamiento impúdico.

Al salir de su ensimismamiento, advirtió que la dirección que siguió su mirada, que era de abajo hacia arriba, lo podría haber notado cualquier persona. Y al parecer, ella lo había notado. Lo supo cuando trasladó su mirada hasta su rostro. Ya se encontraba a unos cinco metros de ella. Al contactar directamente con su mirada, simplemente se bloqueó.

- Hola, ¿Qué tal? Soy Javier –dijo, con una voz temblorosa, elevando su mano con timidez, y acercándose un poco, dubitativamente, para luego alejarse toscamente.
- ¡Hola!, ¿Cómo estás? Soy Betsy –le alcanzó su mano, tomando con seguridad la de él, acercándose con seguridad para ofrecerle un beso de saludo en la mejilla.

No supo cómo reaccionar a todo lo que había sucedido. Nada de lo que hacía estaba bajo control. Quizá ella lo supo, por la forma cómo se acercó desde el principio, pues, Javier sabía que lo estaba observando perspicazmente en todo momento. Así que tomó el control de la situación, de tal manera, que se sintió subordinado a su mando. Ella conducía el desarrollo de aquel encuentro.

- ¿Quieres caminar? Vayamos por aquí.
- Claro, desde luego que sí.

Fueron en dirección a una calle vacía, cuyo final se podía ver desde el empinado lugar en el que se encontraban. Allí, había una plaza más grande y más hermosa, en comparación a la que se encontraban.

Su mente estaba en blanco. Por más que intentaba pensar en algún tema de conversación, no podía hacerlo. Todos sus pensamientos habían huido. La seguridad con la que estaba hasta antes de que la viera, se había esfumado por completo. Sus labios parecían temblar ante los reiterados intentos de pronunciar cualquier palabra. Comenzó a sentir inseguridad ante el hecho de querer pronunciar palabras. Sentía que las iba a pronunciar mal.

Y, peor aún, si es que iba a formular una simple oración, pensaba que iba a pronunciarla de un modo desordenado, cuya consecuencia inevitable, sería la ininteligibilidad. Dar ese paso era temerario. Así que, se limitó a pronunciar un sí o un no, ante cada cosa que la chica hermosa le decía. Pero hacer eso era tedioso para ambos, y, tras un tiempo, no tuvo más remedio que atreverse a hablar un poco. Se encontraban avanzando, ya a unas cinco cuadras repletas de un sí o un no.

- Sabes, tengo que confesarte algo –dijo pausadamente, y repitiendo la frase en su mente, varias veces antes de pronunciarla.
- Dime Javier –interrumpió con alegría y cierta satisfacción, por haberle escuchado hablar de verdad al fin.
- No sé qué es lo que vayas a pensar de todo esto, pero si te confieso lo que me pasa, es porque es la simple y llana verdad: lo que ocurre. Sí, voy a hacer una simple mención de lo que ocurre. ¿De acuerdo? –le miró un poco extrañada, pero supo disimularlo con una respuesta que generaba un aire de confianza.
- Claro Javier, dímelo. Me gustaría saberlo –le dijo, con una voz más o menos enérgica y de ánimo.

A Javier le gustaba que, desde el principio, le trataran con una peculiar confianza que, aparece en las personas, solamente tras haberse conocido por algún tiempo. Ella era la ideal. Desde el primer instante, habló con mucha confianza, y, en consecuencia, actuó con la misma familiaridad. Quizá para que se sintiera a gusto con ella, o bien porque su personalidad era así desde siempre.

- Desde el primer instante que te vi, me deslumbraste con tu belleza. Físicamente eres lo más perfecto que he visto en toda mi vida. Te lo digo en serio. Eres tan bella, que me gusta cada milímetro de ti. Tu rostro es perfecto. La uniformidad de tu piel hace que te veas como una muñeca. Tus ojos grandes y brillantes, hacen que uno quede clavado en tu mirada. De verdad, eres tan hermosa, Betsy. Tus pestañas tienen una tonalidad que convierte a tus ojos en doblemente bello.

Cuando hizo aquella confesión, no dejaba de mirar el piso, como si su interlocutora fuera el maldito piso. Ella lo advirtió claramente, y él también. La medida más plausible, era dejar de hacer eso, y mirarla de vez en cuando. Al menos para disimular un poco. Pero no pudo. Hacer eso le hubiera bloqueado, y las palabras hubieran dejado de existir en su cabeza. Así que decidió conscientemente seguir mirando el piso, a pesar de que esa no era la mejor forma de dirigirse a ella.

- Y tengo que decirlo. Tu belleza me asombró tanto, que del asombro pasé al nerviosismo. Y voy a decirlo esto también de una vez: ahora mismo estoy extremadamente nervioso. Apenas puedo controlar todo esto. Nunca me había sucedido algo así. No sé si se note. Pero si es que actúo algo extraño, con toda razón, mi nerviosismo es el culpable. Me disculpo por eso, Betsy.

Notó que estaba más extrañada, aunque había otra cosa que resaltaba más en su rostro. Él no sabría explicarlo con nitidez. Parecía ser una satisfacción, un sentirse contenta con lo que estaba ocurriendo. Era como si se sintiera realizada con las cosas que él decía, pues a medida que las mencionaba, la sensación de extrañamiento, daba lugar a la sensación de satisfacción, claramente expresado en su rostro. Y se lo dijo en la cara:

- Javier…, tengo que decirte que sí he notado todo. Desde el principio, desde que llegaste, vi cómo caminabas seguro y sin cuidado. Te miré con detenimiento, porque eras la única persona que estaba en la plaza y supe que eras tú. Pero algo hizo que cambiaras abruptamente en tu forma de caminar y de mirar. Fue cuando me viste y ¡pam!, de un solo golpe, cambió todo en ti. Al encontrarnos, quise generar un aire de confianza entre nosotros, de tal manera que te sientas cómodo en el encuentro.

Entonces, lo comprendió todo. Ella lo sabía desde el principio. Lo sabía con exactitud. Eso le provocó algo de intimidación sin quererlo. Pero a esas alturas, lo bueno era que su nerviosismo, daba lugar a la tranquilidad; y la tranquilidad, a la serenidad. El viejo cazador y despreocupado, volvía a su espacio de confort. Observó la situación de otra manera. Sentía volver a tener el control de la situación, a pesar de que ella era más perspicaz e inteligente.

- En serio que estoy agradecido con lo que hiciste. Usualmente no me ocurre esto, pero, seguramente son cosas que pasan en la vida. Lo bueno es que, gracias a que tú me facilitaste el camino, y gracias a que te confesé todo, pude lograr esta confianza y recobrar mi seguridad habitual. Muchas gracias, en serio –por fin la miró al rostro, después de haber caminado siete cuadras.

Ella correspondió a su mirada, y sintió algo muy especial. No podía explicarlo con claridad. Hubo una conexión que, quizá, no ocurre con todas las personas. Eso le hizo sentir mucho mejor. Era como si Betsy pasara a ser una persona conocida de hace muchísimo tiempo. Desde esa mirada, el trato era más confiado, más intimo hasta cierto punto. Así que hablaron con mayor confianza. Rieron varias veces, hasta que llegaron a la parte final de la avenida, y la gran plaza se presentaba ante sus miradas.

Su idea inicial era que, quizá hubiesen pasado el rato allí, echados en el bien cuidado césped del lugar. Pero ella le tomó de la mano, y sin decirle una palabra, lo llevó hasta una casa de aspecto colonial, hermosamente pintado, y bien conservado, que se encontraba justo en frente de la plaza. Se pararon en la puerta, unos veinte segundos, mientras ella buscaba algo en su bolso pequeño.

Al escuchar un sonido, supo que tenía unas llaves en las manos. Buscó una en especial, y la usó para abrir la puerta. Al lograrlo, se paró en su interior, y le invitó a pasar a Javier. Sin más palabras que un movimiento afirmativo de su cabeza, dio un paso para ingresar al interior de aquella propiedad privada. Avanzó observando panorámicamente el callejoncito pequeño y lleno de macetas, que conducía a la puerta principal que daba al interior de la casa. Le dijo que caminara a su ritmo. Apresuró sus pasos, mientras le llevaba de la mano izquierda, casi jalándole.

El interior de aquella infraestructura, esa sobradamente bello, impecable, y con un piso muy brillante. Pero no pudo verlo a detalle, debido a la rapidez con que le llevó hasta un cuarto amplio, que resultó ser su habitación.

Estar solos, ella y él, en un lugar apartado de la gente, solo le producía pensamientos libidinosos. Entonces, al estar allí dentro, se le ocurrió la brillante idea de jugar a querer escapar. Sabía que la situación daba para eso. En su fuero interior, escondía un objetivo distinto, siempre guiado por su instinto sexual. Entonces, comenzó a forcejear para que le dejara, mientras la tomada con fuerza de la mano, de tal modo que era él quien en realidad no la soltaba, pero hacía como si fuera ella la que le sujetaba. Eso hizo reír mucho a Betsy, porque el cuadro que se había armado, era muy gracioso. Así comenzó a tomarla del brazo, entre ruegos para que le “deje libre”. Esa no era más que una artimaña, para comenzar a tomar contacto corporal. Lo hizo con éxito. Pero solo era el primer paso.

Tanteó un poco más la situación, y vio que podía dar un paso más. Así que pasó de tomarla por el brazo, a tomarla por el hombro. Todo iba en orden, tal como planificaba en ese mismo instante. Pero eso no era suficiente, debía inventar alguna artimaña que le permitiese llegar más allá. Una que le permita tocar su cintura y abrazarla. Ese era el paso de fuego. Con tal indeclinable objetivo, decidió que el jueguito llegase a su fin.

- ¡Betsy!, me he cansado. Vayamos a sentarnos, ¿sí?
- Ja ja ja, ¡claro que sí! No eres el único que está cansado. No creas que ha sido un trabajo fácil arrastrarte desde la calle hasta aquí.
- ¿Qué? ¿Arrastrarme? –no supo comprender a cabalidad lo que quería decirle. Pero lo pensó por un momento, y supo que era una exageración burlesca, para decir que también estaba cansada; todo en buen plan.
- Je je je, ¡sí!
- Si, si, si. ¿Soy muy pesado verdad? Pues siendo honesto, me sentí muy bien limpiando el piso de toda la calle –respondió sarcásticamente, siguiendo la corriente.

Por un instante, rieron sin parar y con mucha fuerza. La casa parecía estar vacía. Así que no midieron el volumen de su risa. Rieron, rieron sin control y sin aparente razón. Tras calmarse, hubo un silencio incómodo. Se miraron y rieron un poco más. Pero al terminar de reír, de nuevo aquel silencio. Ahí notó que todo iba en orden; que todo sucedía conforme a sus planes. Ese era el momento para iniciar con la prueba de fuego.

- Y dime, ¿tú tienes cosquillas?
- No. No-no-no.
- Sí, sí te creo –dijo, mientras extendía su dedo índice, para rozar alguna parte de su cuerpo, mientras ella exponía las manos extendidas, como queriendo bloquear a sus dedos.

Así comenzaron otro jueguito, que le llevaría a consumar la prueba de fuego. Con mucho sigilo, le tocó poco a poco. Primero con la punta de sus dedos índice, para luego hacerlo con todos los dedos. Al advertir que no se lo impedía, siguió haciéndolo. A pesar de que eran toques claramente intencionales, se dejaba. Con más atrevimiento y confianza, pasó a tocarla con toda la palma de sus manos, siempre fingiendo que solo quería hacerle cosquillas.

Era suficiente. Se dejó de juegos y paró de reír. Su excitación había llegado a un punto que le impulsaba a comportarse de una forma atrevida y abiertamente sexual. Estaban sentados en el sillón. Ella, algo inclinada hacia el espaldar, dejándose toquetear. Se puso de cuclillas en frente de su cuerpo. Le miró fijamente a los ojos, y extendió las palmas de sus manos. Comenzó por rozar su pierna, para pasar a tomarla por la cintura. Se levantó un poco, aproximándose a su cuerpo. Acercó su cabeza a la suya, entre miradas que recorrían su cuerpo de abajo hacia arriba, mostrando explícitamente el deseo de tenerla.

Ella, simplemente lo miraba, con entrega o sumisión. Pero tenía los ojos clavados en los de él, dejándose hacer todo lo que quería. Entonces, acercó sus labios hasta los suyos, cerrando sus ojos, con la firme determinación de besarla. Mientras su mano izquierda descansaba en su cintura, la otra estaba en dirección a su seno. Cuando sintió su cálido beso, tocó también sus pechos; primero el izquierdo y luego el derecho. Ella hacía un movimiento de entrega, como si le gustara todo lo que hacía.

Sin pensarlo más, le acostó sobre el sillón, y se puso sobre ella. Betsy abrió las piernas lo más que pudo, y el distintivo masculino posó en su lugar natural. Hizo movimientos que imitaban a la penetración. Ella soltaba gemidos suaves y excitantes. No quiso esperar más. Sabía que estaba dispuesta a hacer el amor. Así que se deshizo de su jeans azul. Hizo lo mismo con el suyo.

Todo estaba listo para el acto sexual. El pensamiento que, durante todo ese tiempo daba vueltas en su cabeza, al fin se hacía realidad. Entonces la hizo suya, y ella se entregó totalmente. Al cabo de unos minutos, ella tomó la iniciativa, e hizo todo lo que quiso; literalmente todo lo que quiso. Terminaron una vez, y comenzaron otra vez. Muchas veces, sin límite. Ambos lo quisieron así.

Estar con Betsy de ese modo tan íntimo, era el sueño dorado que había nacido cuando la vio. Aquellas piernas perfectas, las tenía desnudas y abiertas para él. Aquellos pechos descomunales, podía tocarlos sin ninguna prenda que interfiriera el contacto carnal. Sus labios eran salvajemente suyos, y se daba el lujo de recorrer por cualquier parte de su cuerpo, por lugares recónditos, a los que acaso nadie había llegado.

Así pasó el tiempo. Una semana o un mes. No lo sabía. Las horas que estuvieron juntos en aquel bello lugar, parecían extenderse a semanas y semanas. Era un momento tremendamente alocado y sin censura. Sin censura hasta el extremo de hacer cosas que en la gente común es mal vista. Pero les importaba una reverenda mierda la sociedad. En aquel pedazo de tierra, cubierto con cuatro paredes, tenían su propio mundo, donde las únicas personas que existían, eran ella y él. Solo ella y él.

Aquella noche, al llegar a su habitación, durmió feliz de haber disfrutado de aquella belleza. Había vivido la tarde más hermosa e intensa de toda su vida: tener a Betsy, tal y como había deseado desde que la vio. Era la realización del sueño más hermoso que todo hombre podía tener. Aún en sus sueños, la amó. La amó tanto, como lo hizo en el mundo real.

Al despertar en la mañana, lo primero que hizo fue pensar en ella. Quiso tenerla una vez más. Haberlo hecho mil veces una tarde ya no era suficiente. Necesitaba más, así que agarró el celular, y marcó su número. Pero vio que tenía tres mensajes de ella en el WhatsApp. Lo leyó y no podía creerlo. Era lo que menos esperaba. Lo que no se le había ocurrido de ningún modo. “Javier, en verdad lo he pasado bien contigo. Te lo juro. Pero tú sabes que esto no puede seguir. Así que lo mejor es que no volvamos a vernos. No me llames, no me escribas y no me busques. Adiós.”

Al inicio no lo podía creer. Leyó una, dos, tres y mil veces más el mensaje. Quiso pensar que era una confusión. Quiso pensar que esas letras, eran una simple imaginación de él. Pero no. Estaba ahí, en la pantallita del celular. Quiso negar que ese mensaje fuera de Betsy. Pero no. Claramente en el remitente, aparecía su nombre. No podía haber una confusión.

¿Cómo puede suceder algo así cuando dos personas parecen haberse amado como nunca en una tarde de amor? Una y mil preguntas rondaban su cabeza. Aquella mañana, se quedó botado en cama. Quiso llamar, pero el mensaje era claro. Ella no quería saber más de él. Al intentar asimilar la situación, y hacer el mejor esfuerzo por sobrellevarlo, su pensamiento fluctuaba entre ideas racionales y emocionales. Mientras que la última le impulsaba a buscarla, a no creer lo que sus ojos veían en aquel mensaje; la otra, le decía que se trataba de una situación en que ella, claramente, le había usado para satisfacer sus gustos. El amor que un día fue, se le había escurrido como arena entre las manos. Mujeres.

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